lunes, 26 de noviembre de 2012

1.8 El cine europeo de los 30 y 40



Tras la implantación del sonido en todo el mundo, las industrias de cada país comenzaron a producir y a abastecer el mercado con películas que fueron interesando al público. No obstante, la Segunda Guerra Mundial, afectó irremediablemente en el modo de hacer y los temas a abordar por quienes deseaban dirigir cine.

El cine francés se mueve en el realismo que se ofrece desde la tradición y los ambientes populares de René Clair (Catorce de julio, 1932) y Jean Renoir y el drama que, con ciertas dosis de fatalismo, recrean Julien Duvivier y Marcel Carné (El muelle de las brumas, 1938), ambas películas interpretadas por el gran actor Jean Gabin. La guerra delimitó espacios. Más allá de abordar temas realistas, los directores franceses se centraron en las adaptaciones literarias y muy académico en las formas, un cine llamado "de qualité", con el que convivieron directores consolidados como Clair (El silencio es oro, 1947) y otros directores más jóvenes como Jacques Becker, Henry-George Clouzot y Robert Bresson.

El cine inglés comenzó a diseñar una estructura proteccionista para su cine, dada la implantación del cine estadounidense en su mercado e industria. El gran impulsor del cine de los treinta fue Alexander Korda, director y productor que consiguió uno de sus grandes películas en La vida privada de Enrique VIII (1933). Son los años en los que Alfred Hitchcock demuestra que sabe contar historias (treinta y nueve escalones, 1935; Alarma en el expreso, 1938) y Anthony Asquit alcanza su madurez con Pigmalion (1938). No obstante, los treinta confirman que los británicos son unos maestros del documental. La Escuela impulsada por John Grierson y con apoyo del gobierno, permitirá que un grupo de directores realicen un cine informativo de gran altura con el apoyo de maestros como el propio Grierson y Robert Flaherty. Los años cuarenta van a estar dominados por la producción de John Arthur Rank, con películas de prestigio como Enrique V (1945), dirigida e interpretada por Laurence Olivier, uno de los mejores actores británicos y el que mejores adaptaciones hizo de la obra de William Shakespeare, y Breve encuentro (1945), de David Lean. Fueron años, los cuarenta, en los que el maestro Carol Reed dirige películas como Larga es la noche (1947) y El tercer hombre (1949), y los Estudios Ealing desarrollan una gran e interesante producción en el campo de la comedia social con gran ironía (Pasaporte para Pimlico, 1949; Ocho sentencias de 
muerte,1949).

 

El cine alemán se muestra muy activo durante los primeros años treinta de la mano de Joseph von Sternberg (El ángel azul,1930, con una excepcional papel de Marlene Dietrich) y Fritz Lang (M. El vampiro de Dusseldorf, 1931, con una interpretación especial de Peter Lorre), antes de que estos directores se incorporaran al cine estadounidense. George W. Pabst mostró su gran vena realista en Westfront (1930) y Carbón (1932). El ascenso político de los nazis tiene su proyección en obras de singular relieve como El flecha Quex (1933), de Hans Steinhoff, y El judío Süss (1940), de Veit Harlan, mientras que la directora Leni Riefenstahl acomete dos de los pilares del documentalismo cinematográfico: El triunfo de la voluntad (1934) y Olimpiada (1936). Con un deseo de superar viejos traumas y, sobre todo, volver la mirada a la sociedad, surge el neorrealismo impulsado por una generación que, aunque escasa de recursos, supo ofrecer algunas de las historias más brillantes del cine en la inmediata postguerra.

 







Dada la situación política europea, Italia se ve sumida en la producción de cine con marcado cariz propagandístico en la línea de La corona de hierro, de Blasetti, y en la comedia intrascendente (llamada de "teléfonos blancos") de Mario Camerini (¡Qué sinvergüenzas son los hombres, 1932). No obstante, en la inmediata postguerra cobrará fuerza un movimiento neorrealista centrado en temas sencillos, extraídos de la vida cotidiana y plasmados con gran realismo y un tono visual próximo al documental.



El cine soviético alcanza unos de sus grandes momentos con Iván el Terrible (1945), de Sergei M. Eisenstein, mientras que la presión política que se ejerce sobre los creadores obligará a realizar otras muchas películas que pretenden ensalzar la figura de Stalin, un culto a la personalidad que dará origen a un retroceso en la producción cinematográfica.


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