Pier Paolo Pasolini, uno de los cineastas más reconocidos de las
últimas décadas, afirmó en una ocasión que decir
‘cine americano’ es una redundancia: todo el cine es americano.
Como se entenderá, la afirmación no se refiere tanto a la
capacidad de la industria estadounidense, sino al sistema formal de hacer
películas, diseñado en buen parte en Hollywood. Y es justamente
ahí donde la frase adquiere sentido: prácticamente todo el
cine del mundo se hace de la misma manera y posee similares características
de lenguaje.
A partir
de los años veinte surgieron creadores con inquietudes mayores que
han conformado una división en ocasiones poco clara entre ficción
de consumo masivo (cuyo modelo paradigmático es el cine de entretenimiento
de Estados Unidos) y ficción de autor que, por diversos motivos suele
tener una exhibición restringida (representado por autores europeos
cuya prioridad es la expresión estética y, en cierto sentido,
el reconocimiento cultural).
Buena parte del cine de ficción se articula a partir del concepto
de género, una noción que, aunque en muchas ocasiones resulte
intangible, establece unas normas muy claras de gramática y de lenguaje.
Pero la propia historia del cine está llena de prácticas fílmicas
que rechazan la narración causal como sistema formal que gobierna
las decisiones creativas.
El documental es el ejemplo más conocido de películas no ficcionales.
Dando por sentado que la misma selección de un punto de vista, tratado
con una óptica, manipulado en su cromaticidad, color y definición,
componen la mínima alteración que siempre sufrirá el
proceso de captación de imágenes, podemos asumir que el tratamiento
documental puede ser el más fidedigno para la representación
de la realidad. Casi al mismo tiempo que se progresaba en la gramática
del medio, un grupo de inquietos con espíritu de periodistas y de
antropólogos, decidían utilizar la imagen secuencial en movimiento
para ofrecerle al mundo una representación de sí mismo. Rodar
los acontecimientos tanto políticos, sociales, culturales como naturales
del orbe para ponerlos ante los ojos de la humanidad, para mostrarles en
un área bidimensional aquello de lo que sólo habían
oído hablar o de lo que jamás se habían planteado su
existencia. El cine se descubría como el invento que podía
mostrar hasta el lugar más recóndito tanto los conflictos
sociales y políticos cuanto las maravillas más insospechadas.
En la actualidad los teóricos del cine documental diferencian cuatro
modalidades documentales de representación: modalidad expositiva
(en la que se usa una voz que comenta las imágenes y guía
la lectura).
El cine de vanguardia, desde el surrealismo a la abstracción, es
otra de las dimensiones que posee el cine no narrativo. El territorio es
bastante amplio y recoge tanto los trabajos que pretenden experimental con
el lenguaje en aras a su posterior inclusión en la industria (por
ejemplo, en buena parte las películas surrealistas de Buñuel),
como películas exclusivamente interesadas en la experimentación
con las formas y en ocasiones cercanas a planteamientos cercanos al mundo
del arte (por ejemplo las películas realizadas por Andy Warhol).
En el último extremo del cine de vanguardia nos encontramos al cine
abstracto, intento de búsqueda de los aspectos pictóricos
de la imagen para definir la esencia del ritmo de un cine más cercano
a la música y a la pintura y alejado de la literatura y del teatro.
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